Khamlia es una localidad desértica al sureste de Marruecos, a 7 km de Merzouga, 40 km de Rissani y 130 km de Errachidia, capital de la provincia. Está poblada por un grupo de personas que pertenecen a la etnia Gnawa, originarios de África central y del sur, que a lo largo del tiempo se han integrado a la población autóctona, aportando la riqueza de su cultura; tradiciones, costumbres, música y baile, relaciones sociales, etc.
Aquí, en Khamlia, hay una fiesta que se oficia en agosto llamada Sadaka, en español significa limosna. A Khamlia vienen los Gnawa a celebrar su identidad y la emancipación de la condición de esclavos de sus antepasados. Los Gnawa se han dispersado progresivamente por todo el país, pero Khamlia perdura como un lugar de reunión anual. Es una ocasión para revivir la tradición y las costumbres, y la música es el elemento esencial de la fiesta. Los jóvenes Gnawa aseguran la supervivencia y salvaguarda de su rico patrimonio en memoria de todos aquellos que perdieron la vida durante la esclavitud. Los tres días del festival tiene como objetivo reunir a los Gnawa de todo Marruecos y celebrar la nobleza de su identidad y su libertad [BECKER, 2002, p. 98].
En este lugar la música no deja de sonar. Si no es en grupo organizado, son espontáneos con sus tambores o instrumentos propios. Viven lo que cantan, son lo que cantan, lo que bailan. En este último caso lo hacen moviendo todo el cuerpo. Y recuerdan a sus antepasados esclavos de Sudán, Malí, Senegal o Mauritania llegados a este enclave, en el que se afincaron y sobrevivieron como pastores la mayoría. Hoy lo hacen del patrimonio cultural que han heredado. Desde otros pueblos como Hassilabied, Tanamoust, Takoujt o Tisserdmine también se acercan a tomar parte en estas actividades que aglutinan la cultura, las costumbres y lo espiritual y místico.
En sus conciertos actúan con instrumentos propios: laúd de cuerda de percusión (hajhouj o guembri), tambores para los que suelen valerse de bidones o percusión actual (ganga) y unas castañuelas gnawa (qraqeb). Son metálicas, lo que, según explican, les evoca el ruido de las cadenas de cuando eran esclavos. Y las melodías o un mismo mensaje se repiten a modo de mantra, ilustrando claramente en Marruecos su africanidad.
Para ellos, el momento en el que comienzan a tocar sus instrumentos y bailar se convierte en un ritual. Creen que tiene beneficios curativos, de sanación de personas o animales enfermos. Aseguran que en ocasiones pueden incluso entrar en trance.
Es una ocasión en que las familias disfrutan de la reagrupación, y aprovechan para mantener el contacto con todos los miembros. Durante las dos semanas que preceden el festival, los Gnawa van de casa en casa, de pueblo en pueblo, Khamlia, Merzouga, Hassilabied, Tiharessin, Tanamouste, Taouz, etc. para recolectar los dones de azúcar, té, comida y dinero. Los participantes del Sadaka juntan estos dones para preparar un cuscús que se repartirá entre los participantes y visitantes del evento.
En medio del lugar donde se realiza el ritual se levanta una jaima donde se cocinará el cuscús y la ocuparán los mayores para descansar. Además de ser un acontecimiento lúdico, también es espiritual y terapéutico. Se llevan a cabo una serie de rituales para transmitir la baraka, es decir, gracia divina o fuerza curativa, a todo aquel que lo solicite. Los Gnawa hacen de intermediarios entre el enfermo y la curación de Alá, ellos transmiten esta baraka principalmente con su música.
La figura de amghare o cheikh Amghare se utiliza para designar a un hombre anciano, jefe o maestro que gobierna un grupo. Esta persona, gracias a su experiencia, ocupa la primera función del grupo y exige a los miembros a seguir correctamente las reglas de la tradición. También dirige el programa del Sadaka. Debe conocer la cuenta de los dones recolectados y controla los procedimientos de la fiesta. Para ocupar esta posición es necesario cumplir unas condiciones, como por ejemplo, pertenecer a una familia Gnawa y ser una persona honesta y responsable [POUESSEL, 2012, pp. 123-128].
El folklore Gnawa fue inscrito en 2019 por la UNESCO en la lista representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.